El eco de Las Poquianchis: entre “Las Muertas” y la identidad de San Francisco del Rincón

“Eran infernales” se leía en la portada de la revista amarilla de nota roja más famosa: ¡Alarma! En ella aparecían las hermanas González Valenzuela, siendo juzgadas por uno de los crímenes más atroces ocurridos en México.
Esto pondría a San Francisco del Rincón en el ojo público de todo el país a mediados de los años 60’s, siendo uno de los escenarios de los multihomicidios perpetrados por “Las Poquianchis”, como se les conocía a las hermanas Delfina, María del Carmen, María Luisa y María de Jesús.
Sobre esto se ha hablado por montones y no faltan las propuestas audiovisuales que desmenucen el caso de las hermanas que asesinaron a decenas de mujeres que tenía a su servicio, para el sexoservicio.
Desde películas, canciones, capítulos de podcast y un largo etcétera han visto la luz para que las personas que no estén familiarizados con el tema puedan saber un poco sobre este hecho.
Y una más que se suma a la cuenta es la serie realizada por Netflix llamada “Las Muertas” y que toma como base la novela homónima del escritor guanajuatense Jorge Ibargüengoitia.
Sobre esta nueva adaptación, bajo la dirección de Luis Estrada, que tiene en su haber películas como “El Infierno”, “La Dictadura Perfecta” o “¡Viva México!” y quien ya conoce el humor y sátira del guanajuatense al haber dirigido “La Ley de Herodes”.
Al saberse de tal proyecto, audiencias de los pueblos del rincón hicieron eco de la emoción que sentían por ver a su ciudad reflejada en una producción de tal perfil.
Sin embargo, es cuando una duda sale a flote: ¿cuándo fue que el francorrinconés hizo propia de su identidad un episodio tan oscuro y de tales características?
Primero, es oportuno hacer la aclaración de que esta nueva serie está basada en el libro de Ibargüengoitia quien, a pesar de haber estudiado e investigado el caso, se toma muchas licencias poéticas y creativas para ser capaz de novelizarlo.
El escritor, también para poder crear su propio mundo literario, cambia el nombre de varios sitios, a quienes les “rebautiza” con ingenio y sátira, por lo que podemos encontrar nombres como “Cuévano” para Guanajuato Capital o “Mezcala” para el estado vecino de Jalisco.
Así, con esa capacidad inventiva, en la novela “Las Muertas” podemos encontrar al San Francisco del Rincón “Ibargüenteño” como “Concepción de Ruíz”, en donde suceden casi todas las atrocidades que las hermanas “Baladro” (o las González Valenzuela en la vida real) cometieron.


Una vez aclarado esto, queda preguntarse de nueva cuenta la interrogante planteada con anterioridad, pues pareciera un énfasis a la identidad mediante la fama, sin importar la tropelía o virtud de la misma.
Es menester precisar que este hecho fue un antes y después para una ciudad modesta y donde, hasta ese entonces, no parecía suceder nada extraordinario.
Recordemos que las industrias estrella del municipio, como el calzado deportivo o el sombrero, aún eran incipientes, ocasionando que este suceso de crimen real fuera la principal característica al hablar del pueblo del Rincón.
Así, el término “poquianchi” se introdujo como un intento de nuevo gentilicio para el francorrinconés; uno que no pidió pero que se le fue adjudicado de igual forma.
Muchas anécdotas se cuentan, por ejemplo, de cómo aficionados que seguían al ahora extinto club de fútbol “Brujos” por distintas partes del país, entre las arengas rivales se llegaba a escuchar “Regrésense a su pueblo, pinches poquianchis”.
Pero lejos de verlo como un estigma o un “apodo” mal habido, la gente de la localidad lo abrazó como parte de la historia de su municipio, al punto de nombrar negocios, clubes y demás con este denominador.
Tomando prestado un poco del humor negro de Ibargüengoitia, es como si en la colonia Guerrero de la Ciudad de México alguna carnicería se llamara “El Canibal”, o una pizzería en Alemania tomara el nombre de “Auschwitz”.
Más de uno pensaría que lejos de provocar orgullo, estos asesinatos fueran un tema tabú en la localidad, sobre todo por las formas y el oficio de quienes fueron ultimadas.
Y más podría ser así, sobre todo por los tiempos que corren, en donde la violencia es el pan de cada día en varios puntos de la república.
Acaso podríamos encontrar el germen de esto en el morbo, que casos así generan entre los habitantes que realizan su vida al margen de ellos, y este morbo es un excelente bálsamo para que algo nunca se olvide y perdure en el imaginario colectivo.
Tal vez fue la primera oportunidad que se presentó para salir del anonimato provinciano y destacar, aunque fuera así, de entre los más 2,000 municipios del país.
O tal vez, solo tal vez, en estos casos el adagio de la familia se ejecuta también aquí: “Uno no elige el suceso histórico de su municipio, solo se le aprende a querer”.
En San Miguel tenemos el monumento al… ¿”vandalismo”?
13 agosto, 2025
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